Esta mediodía, cuando volvía para casa, me he sorprendido pensando en que a medida que nos vamos haciendo mayores vamos necesitando nuestros rinconcitos. El rinconcito para ducharnos y arreglarnos por la mañana, el rinconcito en el sofá para echar la siesta, el rinconcito para quedar con los amigos, el rinconcito de ver la tele por la noche acurrucados en el hueco del cuerpo del otro, el rinconcito de dormir, envueltos en sus brazos.
Todo eso forma parte del día a día, sin estos rinconcitos sería más difícil compartir la vida con los demás. Hace falta separarse para observar el cuadro. Y para echar de menos al otro sin que eso signifique que el miedo a perderlo nos obligue a pegarnos como lapas, o que se vaya a romper el hilo que nos une si nos alejamos.
También me he dado cuenta de que hay rincones que no me importa compartir, pero que hay otros que necesito que sean sólo mios. Que el no compartirlos con nadie me hace crecer como persona y ser capaz de valorar la independencia de los demás.
Esto no quiere decir que me esté volviendo una ermitaña, ni mucho menos, pero sí significa que mi evolución hacia la madurez (vamos para los 40 y eso se nota) me está cambiando.
Me da menos miedo la soledad, supongo que porque las pérdidas que he sufrido ultimamente me han obligado a endurecer la corteza y a prepararme para asumir la fragilidad del ser humano. Me es mas fácil escuchar, y aunque parezca paradógico hablo menos. Ma apetece más estar con gente, aunque no renuncio a una tarde en casa...
En resumidas cuentas me estoy haciendo mayor. Eso sí espero ser como el buen vino.
Todo eso forma parte del día a día, sin estos rinconcitos sería más difícil compartir la vida con los demás. Hace falta separarse para observar el cuadro. Y para echar de menos al otro sin que eso signifique que el miedo a perderlo nos obligue a pegarnos como lapas, o que se vaya a romper el hilo que nos une si nos alejamos.
También me he dado cuenta de que hay rincones que no me importa compartir, pero que hay otros que necesito que sean sólo mios. Que el no compartirlos con nadie me hace crecer como persona y ser capaz de valorar la independencia de los demás.
Esto no quiere decir que me esté volviendo una ermitaña, ni mucho menos, pero sí significa que mi evolución hacia la madurez (vamos para los 40 y eso se nota) me está cambiando.
Me da menos miedo la soledad, supongo que porque las pérdidas que he sufrido ultimamente me han obligado a endurecer la corteza y a prepararme para asumir la fragilidad del ser humano. Me es mas fácil escuchar, y aunque parezca paradógico hablo menos. Ma apetece más estar con gente, aunque no renuncio a una tarde en casa...
En resumidas cuentas me estoy haciendo mayor. Eso sí espero ser como el buen vino.
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